La fe inquebrantable: El verdadero motor detrás de mis logros tecnológicos y profesionales

En el mundo de la tecnología y la innovación, donde cada día surge un nuevo paradigma, una nueva herramienta o un nuevo competidor, he descubierto que existe un recurso más valioso que el conocimiento técnico: la fe en uno mismo. Esta convicción interna ha sido mi brújula a través de olimpiadas de informática, hackathones internacionales, emprendimientos tecnológicos y posiciones de liderazgo en la Auditoría Superior de Michoacán.

El origen de la confianza

Cuando participé por primera vez en las olimpiadas de informática, no era el programador más experimentado. Lo que me distinguió fue la creencia de que, con suficiente dedicación y perseverancia, podría resolver cualquier problema. Esta fe inicial, aunque temblorosa, fue suficiente para impulsarme hacia adelante cuando otros se detenían ante la complejidad de los retos.

Ganar esas competencias no fue el resultado de un talento extraordinario, sino de una extraordinaria creencia en mis capacidades para aprender, adaptarme y persistir. Esta misma convicción me ayudó a obtener esa beca del 90% en el Tec de Monterrey, un logro que cambiaría el rumbo de mi vida profesional.

La fe puesta a prueba

El TADHack Madrid representó uno de mis mayores desafíos. Rodeado de desarrolladores de élite de todo el mundo, sentí cómo mi confianza flaqueaba. Fue entonces cuando comprendí que la fe en uno mismo no significa ausencia de miedo, sino la capacidad de avanzar a pesar de él.

Durante esas 48 horas intensas, cada vez que la duda intentaba paralizarme, regresaba a mis fundamentos: confiar en mi capacidad para resolver problemas, para aprender rápidamente, para colaborar efectivamente. Esta fe me permitió contribuir significativamente al proyecto, demostrándome una vez más que nuestros límites suelen estar más determinados por nuestras creencias que por nuestras habilidades.

El salto al vacío del emprendimiento

Emprender es, quizás, el acto de fe más grande en la trayectoria profesional de cualquier persona. Es apostar por una visión cuando nadie más puede verla con claridad. Cada uno de mis proyectos tecnológicos ha comenzado como una semilla de convicción antes de convertirse en una realidad tangible.

He enfrentado fracasos que podrían haber erosionado mi confianza. Proyectos que no despegaron, inversiones que no se concretaron, equipos que se disolvieron. Sin embargo, la verdadera fe en uno mismo no depende de éxitos externos, sino de la convicción interna de que cada experiencia, incluso las dolorosas, nos acerca más a nuestro potencial.

La fe como antídoto al síndrome del impostor

Como muchos profesionales de alto rendimiento, he experimentado el síndrome del impostor. Esos momentos en que, a pesar de la evidencia externa de competencia, una voz interior susurra que no somos suficientes, que no merecemos nuestros logros, que eventualmente seremos descubiertos como «fraudes».

Lo que he aprendido es que la fe en uno mismo es el antídoto más poderoso contra estas inseguridades. No es una fe ciega que ignora las áreas de mejora, sino una fe madura que reconoce tanto nuestras fortalezas como nuestras limitaciones, y sigue avanzando con autenticidad.

Cultivando la fe en uno mismo

A lo largo de mi trayectoria como jefe de departamento, director y coordinador en la Auditoría, he desarrollado prácticas concretas para mantener y fortalecer esta confianza interna:

  1. Recordar el camino recorrido: Documentar logros y superar desafíos proporciona evidencia tangible de nuestra capacidad para triunfar.
  2. Rodearse de aliados auténticos: Buscar personas que nos desafíen a crecer, pero que también reconozcan nuestro valor intrínseco.
  3. Celebrar los pequeños avances: Cada paso hacia adelante, por pequeño que sea, merece reconocimiento.
  4. Abrazar la vulnerabilidad: Paradójicamente, admitir que no lo sabemos todo fortalece nuestra autenticidad y, por ende, nuestra confianza.
  5. Practicar el diálogo interno positivo: Las palabras que nos decimos a nosotros mismos moldean nuestra realidad más de lo que imaginamos.

El impacto trascendente

La fe en uno mismo trasciende el ámbito profesional y tecnológico. Cuando lideramos desde esta convicción interna, inspiramos a otros a descubrir su propio potencial. En la Auditoría, he visto cómo el equipo entero se transforman cuando sus miembros comienzan a creer en sus capacidades colectivas e individuales, mi equipo ha logrado grandes cosas y gracias a ellos se han dado esos grandes resultados.

Como emprendedor, he comprobado que los inversionistas no solo invierten en ideas o modelos de negocio, sino en personas que demuestran una fe inquebrantable en su visión y en su capacidad para hacerla realidad.

El viaje continúa

La fe en uno mismo no es un destino, sino un viaje constante. Habrá días en que las dudas parezcan insuperables, en que los obstáculos se multipliquen, en que el síndrome del impostor regrese con fuerza renovada. En esos momentos, recuerdo que mi trayectoria desde las olimpiadas de informática hasta mi posición actual no ha sido lineal ni perfecta, pero ha sido auténtica.

Para aquellos que me leen y que quizás están enfrentando sus propias batallas de confianza, mi mensaje es simple: la fe en uno mismo no es arrogancia, es el reconocimiento honesto de nuestro potencial infinito para aprender, crecer y contribuir. Es la convicción de que, incluso cuando fallamos, seguimos siendo valiosos y capaces.

En un mundo tecnológico que cambia constantemente, nuestra capacidad técnica siempre necesitará actualizarse. Sin embargo, la fe en nuestra capacidad para adaptarnos y prosperar, esa es la verdadera constante que nos sostendrá a través de cualquier revolución tecnológica o desafío profesional.

La pregunta no es si eres suficientemente bueno hoy, sino si crees lo suficiente en ti mismo para convertirte en quien necesitas ser mañana.